martes, 10 de marzo de 2015

La monja alférez



Catalina de Erauso, la monja alférez.

Catalina de Erauso nace en San Sebastian, en el año 1585. Hija de un conocido militar de la época, el capitán Miguel de Erauso.

Tenía dos años cuando fue entregada por sus padres a unas monjas dominicas de un convento en su ciudad natal. La priora del centro era tía de Catalina, hermana de su madre, Doña María Pérez de Galarraga y Arce.

El objetivo de este internamiento de la pequeña era su educación. Pero la severa disciplina de las religiosas, y sus castigos físicos, pronto fueron incompatibles con el carácter, su fuerte personalidad de y un sentido de la justicia social muy particular. Con sólo quince años se fugó del convento, por una reyerta en la que se vio involucrada con una monja más fuerte que ella. La joven buscó refugio en un bosque cercano.

Desde el primer momento, Catalina entiende que, si quería tener una oportunidad en un mundo, del de comienzos del siglo XVII, lleno de escaramuzas militares, de peleas a espada en todos los rincones, de ejecuciones, y de lances sangrientos, únicamente veía una solución: disfrazarse de varón. Su físico favorecía esta apariencia masculina. Sus rasgos eran más bien toscos y poco femeninos, poseía poco pecho y una voz con tono varonil.

Pisó la cárcel por primera vez cuando, a causa de un duelo con un alguacil al que ella hizo un corte en la cara, fue atacada por un amigo del vencido en el duelo. El resultado del ataque fue que Catalina respondió con una estocada que atravesó de parte a parte al agresor.

Tras algunos fracasos amorosos, se marcha a conocer mundo. Chile, Argentina, Bolivia, serán algunos de sus destinos. En Tucumán (Argentina), una adinerada viuda quiso casarla con su única hija, que era, por otra parte, horrorosamente fea.

Trabajó de panadero, minero y de cualquier cosa que la permitiera ganarse la vida. Trabajos todos ellos destinados a hombres, en aquella época.

Consiguió el grado de alférez en la batalla de Valdivia, y, en la siguiente, en Purem, tomó el mando de las tropas por la muerte de su capitán en la batalla. Obtuvo, como no podía ser de otra forma, la victoria de forma incontestable.

 No la entusiasmaba la vida militar, pero se sentía muy involucrada en la causa española. Por eso fue a la batalla del Callao, donde más de novecientos españoles perdieron la vida. Allí es hecha prisionera y pasa más de siete años de cautiverio.

Su siguiente incidente de gravedad fue contra una especie de jugador “trulero”, pendenciero, mujeriego, y con todos los vicios posibles. Le llamaban “el Cid”, por su corpulencia y su cara inexpresiva y fría. Este personaje, junto con cinco matones más, rodeó e intentó humillar a Catalina, que estaba con tres personas allegadas a ella. La grave reyerta se saldó con Catalina gravemente herida, y “el Cid” muerto. Se dice que la valiente vasca consideró que podía morir y se confesó. Su confesor fue el primero en descubrir, desde la salida del convento hacía ya muchísimos años, que era una mujer.

De nuevo vuelve a cambiar su vida a otra ciudad, y de nuevo vuelven sus problemas con la justicia. Una vez más es provocada, humillada, y se ve obligada a matar a un alguacil y a un negro. Por esto es apresada.

Con la justicia permanentemente acosándola, por donde quiera que fuera, por cuestiones de las cuales ella no se consideraba culpable, no ve otra solución de coger de nuevo los hábitos. Pasará por diferentes conventos. Al final, todo propicia su regreso a España, donde sus aventuras han cogido tal fama, que se ve obligada a ocultarse.

Siempre defendió su condición de española. Se cuenta que, ya siendo monja en la última parte de su vida, y ante la burla, por parte de algunos cardenales de la Iglesia, que su único defecto era el ser española, ella se defendió con el mismo ímpetu con que cual había vivido, argumentando “que a mí me parece no tener otra cosa buena”.

El sobrenombre de “monja alférez” le fue puesto por el rey Felipe IV, al poco del regreso a España de Catalina, tras una vida entera de aventuras y desventuras.

Se dice que su fama por Europa fue tal, que el mismo pontífice Urbano VIII la autorizó a seguir vistiendo de hombre.

Por: Francisco María García. 6 de marzo de 2015.

 https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=LFgqQO1pAIY

 Fuente: vídeo youtube. Publicado el 20 de abr. de 2013
                El Centro Dramático Nacional presenta "La monja alférez" de Domingo Miras con dirección de Juan Carlos Rubio

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