Aníbal, el Gran General (II). Guerras Púnicas
Su valentía, su capacidad de sufrimiento, su perseverancia, sus dotes naturales para “leer” el desarrollo de la batalla como pocos, hacen de él uno de los personajes más importantes de la historia, y uno de los generales más efectivos.
Se casó en la primavera del año 221 o 220 antes de Cristo con la bella princesa Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo (próximo al actual Linares). Muy enamorado de ella, él mismo reconocería que los días que pasó tras la boda fueron los más felices de su vida, y de mayor plenitud personal para él.
Sagunto, aliado de Roma, fue la excusa que la potencia militar romana necesitaba para dar inicio al fin de su más directa competidora en la lucha por la hegemonía del Mediterráneo. Y en el transcurso de esa batalla, la de Sagunto, fue donde el general cartaginés recibió su primera herida importante. Una lanza atravesó su muslo, teniéndolo en su tienda durante mes y medio, sin apenas poderse mover. Pero este tipo de contingencias sólo eran alicientes para Aníbal, realimentaban su odio contra el poder romano.
Cartago había formado un pequeño imperio en el Mediterráneo. A la vez, la República Romana buscaba su expansión. El choque entre las dos grandes potencias militares en aquel momento se hizo inevitable. Las tres Guerras Púnicas, entre romanos cartagineses, se libraron entre los años 264 y 146 antes de Cristo.
En una de las larguísimas marchas hacia el sur de la península de Italia, el General contrae una infección que le ciega el ojo derecho para siempre. Esto supuso que la personalidad del General se endureciera aún más, y su carácter fuera cada vez más severo, además de forjar una imagen de su cara que aterrorizaba a soldados propios y enemigos.
Las oportunidades que Cartago podía tener, en la guerra contra Roma, sólo podían venir del uso de su capacidad militar naval, gracias a una enorme flota de barcos de guerra. En este aspecto superaban con amplitud a los recursos navales romanos.
Tras varias victorias cartaginesas importantes debidas, sobre todo, al genio militar de Aníbal (a resaltar la batalla de Cannas, en el año 216 a. de C.), llegaremos a una contienda que marcaría el rumbo definitivo de la guerra. La batalla de Zama tuvo lugar el 19 de octubre del año 202 a. de C., puso fin a la segunda Guerra Púnica, y otorgó una incontestable victoria al bando romano. Mil quinientos romanos perdieron la vida, en contraposición a más de cuarenta mil cartagineses muertos. Cartago tuvo que firmar un Tratado con Roma, que resultaba altamente humillante. Entre otros términos, los cartagineses renunciaban, a partir de ese momento, a su ejército y a su flota militar naval. Se establecía también un tributo que la ciudad vencida debía pagar a la vencedora, y que se extendía en el tiempo a más de cincuenta años.
La capacidad comercial de Cartago tenía muchos y variados recursos para volver a convertir la ciudad en una referencia mundial de prosperidad. Cumplía los términos del Tratado de Paz con Roma, aunque rearmaba su ejército de nuevo. Ambos aspectos, el resurgir económico-comercial, y el rearme del poder militar, hicieron que Roma no pudiese contenerse. Usando la provocación, como siempre hacían (en esto eran auténticos especialistas), los romanos llevaron a Cartago a una tercera guerra. Los recursos con los cuales contaban los cartagineses para enfrentarse de nuevo a los romanos no eran muchos.
Tras más de tres años de asedio romano, Cartago, la gran ciudad comercial del Mediterráneo, fue destruida, arrasada, generando para Roma un botín de cincuenta mil sobrevivientes, mujeres y niños en su mayoría. Los mismos oficiales romanos estaban horrorizados de las atrocidades que los legionarios cometían sobre los vencidos. Todo fue quemado, hecho ruinas y cenizas. Todas las riquezas y cualquier cosa de valor fueron trasladadas a Roma. Incluso las deidades de los templos cartagineses. Era tal el odio que los miles de soldados romanos tenían, que se dice que salaron el terreno arrasado con el fin de que ni las hierbas volvieran a crecer allí. De tal magnitud podemos afirmar que fue aquella masacre, que, incluso hoy en día, los expertos tienen dificultad para determinar el enclave exacto donde se situó la ciudad de Cartago.
Su valentía, su capacidad de sufrimiento, su perseverancia, sus dotes naturales para “leer” el desarrollo de la batalla como pocos, hacen de él uno de los personajes más importantes de la historia, y uno de los generales más efectivos.
Se casó en la primavera del año 221 o 220 antes de Cristo con la bella princesa Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo (próximo al actual Linares). Muy enamorado de ella, él mismo reconocería que los días que pasó tras la boda fueron los más felices de su vida, y de mayor plenitud personal para él.
Sagunto, aliado de Roma, fue la excusa que la potencia militar romana necesitaba para dar inicio al fin de su más directa competidora en la lucha por la hegemonía del Mediterráneo. Y en el transcurso de esa batalla, la de Sagunto, fue donde el general cartaginés recibió su primera herida importante. Una lanza atravesó su muslo, teniéndolo en su tienda durante mes y medio, sin apenas poderse mover. Pero este tipo de contingencias sólo eran alicientes para Aníbal, realimentaban su odio contra el poder romano.
Cartago había formado un pequeño imperio en el Mediterráneo. A la vez, la República Romana buscaba su expansión. El choque entre las dos grandes potencias militares en aquel momento se hizo inevitable. Las tres Guerras Púnicas, entre romanos cartagineses, se libraron entre los años 264 y 146 antes de Cristo.
En una de las larguísimas marchas hacia el sur de la península de Italia, el General contrae una infección que le ciega el ojo derecho para siempre. Esto supuso que la personalidad del General se endureciera aún más, y su carácter fuera cada vez más severo, además de forjar una imagen de su cara que aterrorizaba a soldados propios y enemigos.
Las oportunidades que Cartago podía tener, en la guerra contra Roma, sólo podían venir del uso de su capacidad militar naval, gracias a una enorme flota de barcos de guerra. En este aspecto superaban con amplitud a los recursos navales romanos.
Tras varias victorias cartaginesas importantes debidas, sobre todo, al genio militar de Aníbal (a resaltar la batalla de Cannas, en el año 216 a. de C.), llegaremos a una contienda que marcaría el rumbo definitivo de la guerra. La batalla de Zama tuvo lugar el 19 de octubre del año 202 a. de C., puso fin a la segunda Guerra Púnica, y otorgó una incontestable victoria al bando romano. Mil quinientos romanos perdieron la vida, en contraposición a más de cuarenta mil cartagineses muertos. Cartago tuvo que firmar un Tratado con Roma, que resultaba altamente humillante. Entre otros términos, los cartagineses renunciaban, a partir de ese momento, a su ejército y a su flota militar naval. Se establecía también un tributo que la ciudad vencida debía pagar a la vencedora, y que se extendía en el tiempo a más de cincuenta años.
La capacidad comercial de Cartago tenía muchos y variados recursos para volver a convertir la ciudad en una referencia mundial de prosperidad. Cumplía los términos del Tratado de Paz con Roma, aunque rearmaba su ejército de nuevo. Ambos aspectos, el resurgir económico-comercial, y el rearme del poder militar, hicieron que Roma no pudiese contenerse. Usando la provocación, como siempre hacían (en esto eran auténticos especialistas), los romanos llevaron a Cartago a una tercera guerra. Los recursos con los cuales contaban los cartagineses para enfrentarse de nuevo a los romanos no eran muchos.
Tras más de tres años de asedio romano, Cartago, la gran ciudad comercial del Mediterráneo, fue destruida, arrasada, generando para Roma un botín de cincuenta mil sobrevivientes, mujeres y niños en su mayoría. Los mismos oficiales romanos estaban horrorizados de las atrocidades que los legionarios cometían sobre los vencidos. Todo fue quemado, hecho ruinas y cenizas. Todas las riquezas y cualquier cosa de valor fueron trasladadas a Roma. Incluso las deidades de los templos cartagineses. Era tal el odio que los miles de soldados romanos tenían, que se dice que salaron el terreno arrasado con el fin de que ni las hierbas volvieran a crecer allí. De tal magnitud podemos afirmar que fue aquella masacre, que, incluso hoy en día, los expertos tienen dificultad para determinar el enclave exacto donde se situó la ciudad de Cartago.

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